Un policubo es una figura sólida formada por la unión de dos o más cubos donde cada uno de ellos tiene al menos una cara en común con algún otro cubo del conjunto. En función del número de cubos asociados de esa manera, hablaremos del dicubo (dos cubos), el tricubo (tres cubos), el tetracubo (cuatro cubos),…
El módulo HELE, al que dedicamos la entrada anterior del blog, es uno de los 8 posibles tetracubos del espacio cartesiano. Pero no podemos obviar las sucesivas descomposiciones que admite un policubo como ese. Es decir, en el sistema compositivo creado por Rafal Leoz, el módulo HELE no es más que una molécula (arquitectónica si se quiere) obtenida a partir del átomo arquitectónico por excelencia: el cubo. Y siendo más precisos podríamos interpretar cada módulo HELE no solo como la unión de cuatro cubos, sino también como la unión de un cubo con un tricubo o como la unión de dos dicubos. Ahora bien, la verdadera composición arquitectónica empieza cuando está motivada por la definición espacial. Por eso, al concatenar dos o más “moléculas arquitectónicas sólidas” (con independencia de su propia composición interna) surgen también otras “moléculas arquitectónicas vacías” que pueden ser determinantes en la interpretación espacial del conjunto. Por otro lado, esa interpretación puede verse afectada por otros aspectos formales como el color o el tono.
Lo veremos con más claridad en el siguiente ejemplo.

Aunque en la imagen se representa la concatenación de dos tetracubos (dos módulos HELE), destaca ante todo la presencia de los dos dicubos de color negro y del dicubo vacío que los une. Y son precisamente los vacíos, más importantes en la arquitectura (si cabe) que los silencios en la música, los que deben centrar nuestra atención a la hora de jugar a ser arquitectos/as. Es por esto que las posibilidades compositivas del módulo HELE se nos antojan todavía mayores que las que el propio Leoz llegó a vaticinar.
Veamos ahora otro ejemplo.

Se trata de una adaptación del cubo Soma, un rompecabezas tridimensional inventado por el matemático danés Piet Hein en 1933 y que fue dado a conocer durante una conferencia de mecánica cuántica por parte de Werner Heisenberg.
Más allá de las connotaciones matemáticas, físicas o psicológicas de sus posibles soluciones, un juego como este nos brinda la posibilidad de componer un número incalculable de formas. Así pues, interpretando los siete policubos que componen este puzle como verdaderas moléculas arquitectónicas, se abren ante nosotros/as nuevas vías compositivas que iremos explorando tanto física como virtualmente. Por el momento, no hemos podido resistirnos a ofrecer un pequeño muestrario de opciones.
