“Todo lo que hacemos es música”, decía John Cage. Y lo que no hacemos también, como lo demuestra su obra más conocida: 4’33». Esta no es más que un silencio estructurado, pero encierra profundas reflexiones en torno a las trascendentes relaciones entre música, tiempo y espacio.
Otras obras de Cage, como “Living Room Music”, van mucho más allá: nos invitan a interpretar las acciones cotidianas como otra forma de música. Desde esa perspectiva, el cuadro “Early Sunday Morning” de Edward Hopper sería una pieza musical en toda regla.

“Early Sunday Morning”. Pintura al óleo. Edward Hopper. 1930.
En él se intuyen los movimientos ausentes, o aquellos que se esconden detrás de alguna ventana. Y ahí está, a nuestro modo de ver, la verdadera música de la arquitectura. Es decir, por encima de cualquier otro paralelismo entre ambas artes, encontramos en la actividad humana de los espacios arquitectónicos una clara similitud con los sonidos que emite un instrumento musical, ya sea por iniciativa exclusiva del intérprete o por interpretación previa de una partitura. Y por eso, al observar este cuadro, no percibimos silencio, sino toda la actividad que encierra; esto es, su música.
Tal vez resultaría menos poético si la instantánea de un domingo por la mañana representase la verdadera actividad de los espacios ocultos, como en las famosas viñetas de “13 Rue del Percebe”.

Mural homenaje a Francisco Ibáñez, autor de “13 Rue del Percebe”, en el barrio madrileño de Carabanchel. 2025.
Pero este otro ejemplo también sirve para ilustrar lo que queremos destacar hoy: que no hay nada más importante en la arquitectura que el uso que se hace de ella; y que es en la percepción de ese uso donde el espacio arquitectónico nos transmite su verdadera esencia. Por todo ello, consideramos de suma importancia el empleo de mecanismos y códigos que nos permitan plasmar parte de esa esencia sin tener que recurrir a destrezas gráficas tan prodigiosas como las de Edward Hopper o Francisco Ibáñez. La solución, como ya hemos adelantado en anteriores publicaciones, nos la dio Rafael Leoz. Vean si no su obra escultórica “Vidriera con módulo Hele”, expuesta en el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca.

“Vidriera con módulo Hele”. Rafael Leoz. 1966. Colección de la Fundación Juan March.
Si los cubos de colores que vemos en ella representasen espacios arquitectónicos (y no duden que Leoz pensaba en ellos al realizar esta escultura) su percepción podría llevarnos a imaginar todo tipo de actividades humanas superpuestas, que cambian con la luz, pero conservando un significado propio gracias precisamente al color y a su posición dentro del conjunto.
Pues bien, imaginen ahora que esos cubos se pudiesen cambiar de posición; o que pudiesen cambiar de color; o incluso que pudieran intercambiar sus caras… Tendríamos entonces lo que hemos llamado Livingry City. Pero no necesitan imaginarlo, ya está aquí (y engancha): https://livingrycenter.com/livingry-games/city/